sábado, 7 de noviembre de 2009

IV- Lisa ,el pintor.


Óleo de Francisco Pelegrin



Pese a estar radicado desde chico en nuestro país no sacó carta de ciudadanía, por eso fue el primer pintor abstracto español. Nunca demostró interés en hacer carrera de artista. Lo apasionaba la enseñanza, fue un educador comprometido con su época y quería contribuir al desarrollo espiritual de los jóvenes. Solo un reducido número de alumnos disfrutó y aprovechó sus enseñanzas. Admiraba a Kant y a Picasso y lo embriagaban las teorías cósmicas de Einstein, sus modelos tutelares. Como filósofo, les dedicó una de sus obras y en 1.956 le editaron un hermoso libro ilustrado que como no podía ser de otro modo, se llamó: Kant – Einstein y Picasso.

A sus discípulos les exigía dedicación total. En toda su vida nunca expuso sus trabajos y jamás vendió un cuadro. Su obra es producto de una dualidad: pasión–razón. Después de su muerte, cuando empezó a ser conocido, un crítico de arte al descubrirlo dijo: “Lisa es figura de culto, tal vez sea el eslabón perdido del arte abstracto americano. En otra ocasión, el Fondo Nacional de las Artes, al presentar sus obras al público, a la muestra la tituló: “El secreto mejor guardado del arte argentino”.

—¿Y usted, por qué no expone? –le preguntábamos intrigados.

—Todavía no es tiempo, aún estoy investigando. –nos contestaba–. Y así siguió muchos años, investigando. Transcurrió toda su vida sin exponer; creo que su obra completa es una búsqueda incesante de si mismo durante cincuenta años.

Con orgullo mostraba al público nuestras pinturas, por eso, para darlas a conocer, con frecuencia organizaba muestras en la escuela. Acompaña a éste capítulo la reproducción de una de mis pinturas expuestas en aquélla época.

Lisa fue un hombre múltiple, pensador, pintor secreto y escritor. Hacía llega sus obras a pensadores consagrados que residían en el extranjero; entre otros, nada menos que a Eduardo Spranger, Aldous Huxley, Gregorio Marañón, Bertrand Russell y otros no menos conocidos que los recibieron con beneplácito y le hicieron llegar –especialmente Spranger– encendidos elogios. Poseía una personalidad muy fuerte, dominadora. No toleraba las llegadas tarde y mucho menos las ausencias; sentía un gran disgusto cuando un alumno lo abandonaba o dejaba la escuela para dedicarse a una actividad lucrativa. Con frecuencia comentaba que a la enseñanza del dibujo y la pintura, en las escuelas oficiales no se les daba la importancia que merecían. “En torno nuestro, todo es forma y color. Tomar conciencia de cuanto nos rodea, es crear en nosotros una capacidad para el asombro”. La “Crítica de la Razón Pura” ejerció gran influencia en sus obras y en sus investigaciones en campo de la estética y en el de la enseñanza. Cuando Del Prete, ya consagrado internacionalmente lo visita al regresar de Europa le dice: “Lo que allí están haciendo, vos aquí, solo, lo estás haciendo en Buenos Aires”.

Más que enseñar a dibujar y a pintar, su aporte consistía en dar una educación total al alumno. Evocaba a Sócrates y trataba de hacer lo mismo, el papel de partero; “partear”, ayudar a cada uno a sacar afuera lo que cada uno tenía dentro de sí.



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