VII
El buen gusto como compromiso
Siempre debe estar presente en toda elección; como elección también es exclusión, cuando se elige lo ordinario, se deja a un lado algo distinguido.
La "Escuela de Arte Moderno" no sólo nos daba una "visión armoniosa"-forma profunda y distinta de ver las cosas-, sino que, además, contribuía a fomentar en nosotros el buen gusto, dándole a esa singular cualidad la importancia que merecía y haciendo posible que sobrepasáramos su nivel común, porque de ello dependía la calidad de nuestra vida.
En la "escuelita" -como cariñosamente la llamábamos en la intimidad-, no sólo pintábamos, sino que estudiábamos filosofía desde los presocráticos hasta los existencialistas, pasando y deteniéndonos cuidadosamente en Kant. Asimismo declamábamos con entusiasmo a Walt Whitman y a los grandes poetas de nuestra lengua( Machado, García Lorca etc.). Asimismo leíamos la gran literatura; tanto las más célebres obras de la Antigüedad (Goethe, Cervantes, Ibsen), como las buenas de nuestro tiempo.
La educación que recibíamos, sin endurecernos ni tornarnos intolerantes, y mucho menos soberbios con nuestro entorno, nos ponía exigentes con nosotros mismos y nos apartaba, no conflictiva sino naturalmente, de los lugares comunes y de las cosas mediocres.
Tutearse con el buen gusto es placentero, además nos vuelve adictos a la hermosura inalterable, la que está más allá del plano físico, porque no es la belleza que se ve, sino la que se descubre. Penetra en la suprema y más honda región de la vida emocional y despierta en nosotros hondos sentimientos espirituales de paz y serenidad.
A amigos que animados por su vocación concurren a talleres literarios, les digo que más importante que aprender a escribir es aprender a leer. Por supuesto me refiero a las obras clásicas. Que traten de elegir lo mejor, no sólo en el campo de la literatura sino también en materia de música o pintura. Les digo además, que una persona que lee las peores revistas, que escucha mala música y que mire abominables audiciones en televisión, es muy difícil -aunque ponga en ello el esfuerzo- que pueda llegar a escribir bien. Que la vulgaridad, como el insecto al caza moscas, se pega con facilidad.
Los que piensan que la creación, es más importante que el entretenimiento, y aspiran a escribir seriamente, deben estar comprometidos con el buen gusto, pero no como si sólo se tratara de un deber literario, sino con un compromiso de y por vida.
El buen gusto como compromiso
Siempre debe estar presente en toda elección; como elección también es exclusión, cuando se elige lo ordinario, se deja a un lado algo distinguido.
La "Escuela de Arte Moderno" no sólo nos daba una "visión armoniosa"-forma profunda y distinta de ver las cosas-, sino que, además, contribuía a fomentar en nosotros el buen gusto, dándole a esa singular cualidad la importancia que merecía y haciendo posible que sobrepasáramos su nivel común, porque de ello dependía la calidad de nuestra vida.
En la "escuelita" -como cariñosamente la llamábamos en la intimidad-, no sólo pintábamos, sino que estudiábamos filosofía desde los presocráticos hasta los existencialistas, pasando y deteniéndonos cuidadosamente en Kant. Asimismo declamábamos con entusiasmo a Walt Whitman y a los grandes poetas de nuestra lengua( Machado, García Lorca etc.). Asimismo leíamos la gran literatura; tanto las más célebres obras de la Antigüedad (Goethe, Cervantes, Ibsen), como las buenas de nuestro tiempo.
La educación que recibíamos, sin endurecernos ni tornarnos intolerantes, y mucho menos soberbios con nuestro entorno, nos ponía exigentes con nosotros mismos y nos apartaba, no conflictiva sino naturalmente, de los lugares comunes y de las cosas mediocres.
Tutearse con el buen gusto es placentero, además nos vuelve adictos a la hermosura inalterable, la que está más allá del plano físico, porque no es la belleza que se ve, sino la que se descubre. Penetra en la suprema y más honda región de la vida emocional y despierta en nosotros hondos sentimientos espirituales de paz y serenidad.
A amigos que animados por su vocación concurren a talleres literarios, les digo que más importante que aprender a escribir es aprender a leer. Por supuesto me refiero a las obras clásicas. Que traten de elegir lo mejor, no sólo en el campo de la literatura sino también en materia de música o pintura. Les digo además, que una persona que lee las peores revistas, que escucha mala música y que mire abominables audiciones en televisión, es muy difícil -aunque ponga en ello el esfuerzo- que pueda llegar a escribir bien. Que la vulgaridad, como el insecto al caza moscas, se pega con facilidad.
Los que piensan que la creación, es más importante que el entretenimiento, y aspiran a escribir seriamente, deben estar comprometidos con el buen gusto, pero no como si sólo se tratara de un deber literario, sino con un compromiso de y por vida.
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